Parte 3
—Carlo,
me voy al aeropuerto, cojo el primer avión que salga para Roma, no me puedo
quedar aquí...
—Mercedes,
no te muevas hasta que te llame, no podemos cometer errores. No escapará,
confía en mí.
Colgó
el teléfono sintiendo la misma angustia que había notado en la mujer.
Conociéndola, no descartaba que en dos horas le llamara desde Fiumicino.
Mercedes era incapaz de quedarse quieta y esperar, y en aquel momento menos
que nunca. Marcó un número de teléfono de Bonn y esperó impaciente a que
alguien respondiera.
—¿Quién
es?
—¿El
profesor Hausser, por favor?
—¿Quién
le llama?
—Carlo
Cipriani.
—¡Soy
Berta! ¿Qué tal está usted?
—¡Ah,
querida Berta, qué alegría escucharte! ¿Cómo están tu marido y tus hijos?
—Muy
bien, gracias, con ganas de volver a verle, no se olvidan de las vacaciones
que pasamos hace tres años en su casa de la Toscana, nunca se lo agradeceré
bastante, nos invitó en un momento en que Rudolf estaba al borde del
agotamiento y...
—Vamos,
vamos, no me des las gracias. Estoy deseando volver a veros, estáis siempre
invitados. Berta, ¿está tu padre? La mujer percibió el apremio en la voz del
amigo de su padre e interrumpió la
charla
no sin cierta preocupación.
—Sí,
ahora se pone. ¿Está usted bien? ¿Pasa algo?
—No,
querida, nada, sólo quería charlar un rato con él.
—Sí,
ahora se pone. Hasta pronto, Carlo.
—¡Ciao,
preciosa!
No
pasaron más que unos breves segundos antes de que la voz fuerte y rotunda del
profesor Hausser le llegara a través de la línea telefónica.
—Carlo...
—Hans,
¡está vivo!
Los
dos hombres se quedaron en silencio, cada uno escuchando la respiración
cargada de tensión del otro.
—¿Dónde
está?
—Aquí,
en Roma. Le he encontrado por casualidad, hojeando un periódico. Sé que no te
gusta internet, pero entra y busca cualquier periódico italiano, en las
páginas de cultura, allí le encontrarás. He contratado a una agencia de detectives
para que le vigilen las veinticuatro horas y le sigan vaya a donde vaya si
deja Roma. Nos tenemos que ver. Ya he hablado con Mercedes, ahora llamaré a
Bruno.
—Iré
a Roma.
—No
sé si es buena idea que nos veamos aquí.
—¿Por
qué no? Él está ahí y tenemos que hacerlo. Vamos a hacerlo.
—Sí.
No hay nada en el mundo que pueda impedírnoslo.
—¿Lo
haremos nosotros?
—Si
no encontramos a alguien sí. Yo mismo. He pensado en ello durante toda mi
vida, en cómo sería, qué sentiría... Estoy en paz con mi conciencia.
—Eso,
amigo mío, lo sabremos cuando haya acabado todo. Que Dios nos perdone, o que
al menos nos comprenda.
—Espera,
me llaman por el móvil... es Bruno. Cuelga, te volveré a llamar.
—¡Carlo!
—Bruno,
te iba a llamar ahora...
—Me
ha llamado Mercedes..., ¿es verdad?
—Sí.
—Salgo
inmediatamente de Viena para Roma, ¿dónde nos vemos?
—Bruno,
espera...
—No,
no voy a esperar. Lo he hecho durante más de sesenta años y si él ha
aparecido no voy a esperar ni un minuto más. Quiero participar, Carlo, quiero
hacerlo...
—Lo
haremos. De acuerdo, venid a Roma. Llamaré otra vez a Mercedes y a Hans.
—Mercedes
se ha ido ya al aeropuerto, y mi avión sale de Viena dentro de una hora. Avisa a Hans.
—Os espero en casa.
|
Parte 3
|
jueves, 29 de mayo de 2014
La Biblia de Barro - Bản Kinh Thánh Bằng Đất (3)
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario